17 de noviembre de 2010

La niña pollito




Bien entrada la medianoche llamaron a la puerta.
Debía ser importante o muy urgente, así que abrió y se encontró con el rostro fatigado de un hombre enjuto marcando azules sombras bajo los ojos. El  cansancio había hecho mella en su rostro y el ligero temblor de manos delataba nerviosismo.
Estaba totalmente empapado por el fuerte aguacero que caía sin apenas pausa desde hacía dos horas.
- Don Antonio, tiene que ver a mi mujer. Ha tenido un mal parto asistida por las mujeres de la familia y alguna vecina y no está nada bien.
 El médico se vistió en un santiamén, cogió al vuelo su maletín y juntos subieron al coche rumbo a la cercana aldea.
El camino era una boca de lobo. Los árboles de la sierra parecía querer azotar todo lo que se moviera en esa espantosa noche donde ni las almas de los atormentados que dicen vagan por los senderos, se aparecían por el frío y la destemplanza.
Entre barro y peticiones consiguieron llegar para asistir a la parturienta que se iba en sangre y dolores.
Había nacido una niña, diminuta, insignificante, casi traslúcida y tan apocada que ni el pulso parecía querer latir en ella. La pobre criatura estaba muerta. Y como era habitual, casi normal en aquellos años de penumbras, sin más fue a acabar en la basura.
Don Antonio consiguió parar la hemorragia y al rato el dolor empezó a remitir. Entonces pidió ver el cadáver de la niña. Lo examinó detenidamente y levantando los ojos hacia la madre, anunció que la niña, más parecida a un pajarito, estaba viva.
El silencio inundó aquella casa a la vez que todos los presentes se miraban y avanzaban para tocar a la niña.
Estaba muy débil, su corazón apenas latía, dijo el médico, pero había que intentar que se quedara en este mundo.
Y con el permiso de sus padres que desconsolados por la sorpresa y la alegría lloraban, entregaron a Don Antonio aquella cosita blanca desvalida. Todos se despidieron pues nadie daba por hecho que conseguiría sobrevivir.

Don Antonio llegó a su casa con la criatura envuelta en aquellos trozos de manta donde a las prisas la envolvieron.
Mientras tomaba un vaso de leche caliente en la cocina, observó a la escuálida resucitada y pensó cómo sacarla adelante... parecía un pollito, pensó.
Y como parecía un pollito, buscó una caja de zapatos donde la acomodó bien calentita mientras que con un gotero administró unas gotas de leche a su boquita descolorida.
Y así pasó la primera noche.
"Un pollito necesita continuo calor", pensó Don Antonio mientras colocaba la lámpara flexo junto al improvisado nido y acercaba la bombilla prudencialmente al cuerpecito.
Noche y día la niña se incubaba bajo el flexo y abría la boquita para recibir las gotitas de leche. Y según crecía, se alejaba la bombilla, la caja de zapatos pasó al olvido y se sumaban más gotas de leche del gotero hasta que pudo con un biberón entero.
La niña pollito decidió quedarse en este mundo aunque nada más que fuera para agradecer a Don Antonio tanto mimo y cuidado y 30 años después, una noche de luna llena, cuando los grillos más atronaban en la serena noche de primavera, alguien volvió a llamar a su puerta: era la niña con su hija en brazos que venía  a darle las gracias.


(A la memoria de Don Antonio Cortés Pino)

Dedicado a su hija Margara, que nos contó la historia recordándole una noche de fin de febrero.


12 de noviembre de 2010

Caricias para el alma





Que no se me escape
de entre las manos, como agua,
este amor que me nace
como lirios del campo abierto.
Las heridas cierran
en el corazón que desbocó,
a la puesta del sol, olvidándose
del viento salado, que trajo
olores añejos y temblores
de luces, sumergidas en el mar.
Vuelve el viento del centro sur,
que trae recuerdos en tonos
verde musgo, verde vida,
para depositarme sobre el pecho,
como un sello,
estos recuerdos entre la tierra,
donde solitaria habito
y tus raíces ancestrales
que reposan en mi vergel.

Y como elijo mi camino,
decido transitarlo contigo.


(Imagen: Patricia Cruzat "Mezcla de emociones" )



-Puedes leer esta y otras poesías en "Poetas andaluces de ahora"-





12 de octubre de 2010

Caen


Han caído resistencias,
las barreras de la mente,
y con ellas
ha caído mi vestido,
y mis manos han abierto tu camisa.
Han caído nuestras ropas
como viejos lastres oxidados,
y con ellas,
la noche ha encendido,
dos cuerpos dormidos
que estremecidos en la gloria,
inundan la vida de suspiros.

-Verónica Calvo-


2 de octubre de 2010

Violines y rayaduras



Le mira a los ojos.
Toma un trago corto de la copa de vino blanco, bien frío, como a ella le gusta.
Vuelve a mirar sus ojos y baja los suyos.

"Cuando me entrego feliz a los desvelos
que arrinconan mis sueños
y abro mi esencia al placer de tu fuerza,
siento que renazco y muero
en este laberinto donde desespero."

Acaricia el borde la copa sin mirarle.
Se relaja.
Se abandona por un instante y en secreto, nadie mira, nadie lo sabe (ahora todos lo sabemos), balancea con elegancia el zapato que parece un equilibrista empeñado en no caer a la alfombra de seda que sus dedos ansían acariciar.

"Me distraigo en tu belleza
Quiero arañar tu cuerpo, morderte por entero
Sublime castigo que ansían mis sentidos
Y me pierdo... y te sueño...
Cierro los ojos y te poseo."

Vuelve a beber, ahora un trago largo que delata sutilmente (tanto que él no se entera, menos mal, aún) que tiene el interior alborotado, lleno de burbujas y fluidos fluyendo por cada rincón vital que la componen.
Cae el zapato (¡por fin!), el pie queda quieto, los sentidos alerta.
Pero se inhibe momentáneamente.
Baja su pie desnudo y roza con las puntas de sus dedos la alfombra.
Se eriza, un latigazo recorre su espalda y eleva discretamente sus pechos a la vez que sacude disimuladamente la cabeza y el brillo de su larga melena (negra como ala de cuervo), lanza destellos como si fuera la cabeza de una santa (antes de caer en delicioso pecado, claro).
Desea tocarle, y muy despacio, recreándose en el placer que produce el suave y delicioso tacto de la seda en sus pies, comienza el erótico avance hacia la anatomía deseada de él.

"Lentamente, amor,
pausadamente,
recorreré los caminos
que me llevan a la esencia
donde la caída es sublime,
y el alma se eleva en unión.
perfecta, acoplada y auténtica,
siendo todo y nada contigo."

Ya casi ha llegado su pie. Siente eso que dicen que es el aura  -¿qué otra cosa podría ser -, y duda si rozarle la punta de su zapato o iniciar un atrevido ascenso por la pierna.
Mientras lo medita con sus hormonas, acaricia descaradamente el borde de la elegante copa mirándole desde los fuegos de sus pupilas y sonriente eleva despacio el pie...

 "No hace falta la luna,
ni velas ni melodías.
Sólo tu presencia y la mía
en esta mágica noche donde consumiremos
en cuerpo y alma estas ansias que nos empañan."

Entonces él, que ha estado mirando el escote de ella, deja los cubiertos sin gracia ni elegancia sobre el fino mantel de hilo que ella ha tardado horas en desempolvar del olvido, blanquear donde amarilleaba y planchar entre vapores y sudores (es lo que tiene heredar la ropa blanca de la bisabuela), y sonriendo mientras baja de nuevo la vista a su escote para volver a sus ojos, bebe un trago apresurado sin limpiarse la boca y sonriendo, ajeno a que entre sus dientes luce verde un trozo de lechuga, dice:
   - Qué bien cocinas. Para que yo me coma unas verduras ya tienen que estar buenas... Y de postre... ¿Con qué me vas a sorprender?

La música interna y el diálogo poético de ella han cesado de golpe. Ha escuchado un estruendo parecido al que producía una aguja sobre un vinilo rayado.

Y es que hay quien se sorprende de las migrañas repentinas... y crónicas.




14 de julio de 2010

Puntos de vista


Las dos amigas disfrutaban de una buena conversación ante sendos helados cuando una de ellas dijo mirando a una pareja de ancianos que pasaron ante su mesa en la terraza de la heladería cogidos de la mano:
   - ¡Qué bonito llegar a esa edad y seguir agarrados de la mano! (dijo la amiga Alpha).
A lo que la otra amiga, Beta, respondió mientras se llevaba una cucharada del helado con cuidado de no derramar el chocolate fundido en su vestido:
   - ¡Pero si lo hacen para no caerse!
Acto seguido recibió un merecido toque de atención en forma de manotazo en su brazo. Siguieron con sus helados como si allí no había pasado nada. Alpha pensaba en que esta Beta es tremenda, siempre provocativa y traviesa. Beta pensaba que Alpha siempre de buen talante y generoso corazón no entendía que hubiera personas así, que pusieran al otro en peligro de caer sólo por sentirse seguras. Ambas miraban de tanto en tanto la calle. Parecía que todos los ancianos del mundo habían salido a pasear esa tarde por esa avenida.
Entonces Beta no pudo aguantarse más:
   - ¿Te has fijado en esas dos parejas?
Alpha enseguida contestó:
   - No te puedes meter con ellos porque no van de la mano, a ver qué vas a decir.
   - Que la señora de azul celeste está cometiendo un acto de inconsciencia (dijo terminando de rebañar su tarrina de helado).
Alpha dio un respingo en su silla y dejó la cucharilla en la tarrina.
   - ¿Cómo que está cometiendo un acto de inconsciencia?
   - Vamos a ver, esa mujer tiene ya sus años y...
   - ¡Y bien guapa que va vestida de azul! no me digas que no es un amorcito...
   - Puede vestirse de los colores que quiera y será un amorcito, pero es una inconsciente en toda regla. ¿No ves lo zapatos que lleva?
La mujer llevaba puestos unos zapatos de tacón medio, ni finos ni gruesos, con la puntera cerrada y sin una tira que sujetara el resto a sus pies. Cada vez que caminaba por aquella acera de adoquines resbaladizos y desiguales parecía que iba a tropezar y a dejar los zapatos allí mismo.
Alpha no dijo nada.
   - Todo un acto de inconsciencia ir con esos zapatos... Con lo fácil que es romperse la cadera por nada... Alpha tuvo que asentir con un gesto sutil de desagrado.
Entonces la mujer de la otra pareja, al ver un pequeño socavón en la acera, se agarró de la mano de su marido.
   - Sin comentarios - dijo Beta -, que me pegas otra vez... ¿ves? encima el marido lleva bastón y cojea, así si se rompen la cadera se hacen compañía mientras se recuperan.
Alpha terminó su helado entre divertida y escandalizada y dijo:
   - No, si al final vas a tener razón... esos zapatos...
  - Pues vaya, ahora que yo pensaba que quien tiene razón eres tú, que soy una malvada, me reafirmas en ello. Creo que en este combate dialéctico semipenumbroso ambas hemos salido enriquecidas pues hemos visto el punto de vista contrario.

Alpha terminó su helado. Se levantaron, dejaron las tarrinas en el punto de reciclaje y se fueron a dar un paseo por el resbaladizo empedrado algarveño.