2 de octubre de 2010

Violines y rayaduras



Le mira a los ojos.
Toma un trago corto de la copa de vino blanco, bien frío, como a ella le gusta.
Vuelve a mirar sus ojos y baja los suyos.

"Cuando me entrego feliz a los desvelos
que arrinconan mis sueños
y abro mi esencia al placer de tu fuerza,
siento que renazco y muero
en este laberinto donde desespero."

Acaricia el borde la copa sin mirarle.
Se relaja.
Se abandona por un instante y en secreto, nadie mira, nadie lo sabe (ahora todos lo sabemos), balancea con elegancia el zapato que parece un equilibrista empeñado en no caer a la alfombra de seda que sus dedos ansían acariciar.

"Me distraigo en tu belleza
Quiero arañar tu cuerpo, morderte por entero
Sublime castigo que ansían mis sentidos
Y me pierdo... y te sueño...
Cierro los ojos y te poseo."

Vuelve a beber, ahora un trago largo que delata sutilmente (tanto que él no se entera, menos mal, aún) que tiene el interior alborotado, lleno de burbujas y fluidos fluyendo por cada rincón vital que la componen.
Cae el zapato (¡por fin!), el pie queda quieto, los sentidos alerta.
Pero se inhibe momentáneamente.
Baja su pie desnudo y roza con las puntas de sus dedos la alfombra.
Se eriza, un latigazo recorre su espalda y eleva discretamente sus pechos a la vez que sacude disimuladamente la cabeza y el brillo de su larga melena (negra como ala de cuervo), lanza destellos como si fuera la cabeza de una santa (antes de caer en delicioso pecado, claro).
Desea tocarle, y muy despacio, recreándose en el placer que produce el suave y delicioso tacto de la seda en sus pies, comienza el erótico avance hacia la anatomía deseada de él.

"Lentamente, amor,
pausadamente,
recorreré los caminos
que me llevan a la esencia
donde la caída es sublime,
y el alma se eleva en unión.
perfecta, acoplada y auténtica,
siendo todo y nada contigo."

Ya casi ha llegado su pie. Siente eso que dicen que es el aura  -¿qué otra cosa podría ser -, y duda si rozarle la punta de su zapato o iniciar un atrevido ascenso por la pierna.
Mientras lo medita con sus hormonas, acaricia descaradamente el borde de la elegante copa mirándole desde los fuegos de sus pupilas y sonriente eleva despacio el pie...

 "No hace falta la luna,
ni velas ni melodías.
Sólo tu presencia y la mía
en esta mágica noche donde consumiremos
en cuerpo y alma estas ansias que nos empañan."

Entonces él, que ha estado mirando el escote de ella, deja los cubiertos sin gracia ni elegancia sobre el fino mantel de hilo que ella ha tardado horas en desempolvar del olvido, blanquear donde amarilleaba y planchar entre vapores y sudores (es lo que tiene heredar la ropa blanca de la bisabuela), y sonriendo mientras baja de nuevo la vista a su escote para volver a sus ojos, bebe un trago apresurado sin limpiarse la boca y sonriendo, ajeno a que entre sus dientes luce verde un trozo de lechuga, dice:
   - Qué bien cocinas. Para que yo me coma unas verduras ya tienen que estar buenas... Y de postre... ¿Con qué me vas a sorprender?

La música interna y el diálogo poético de ella han cesado de golpe. Ha escuchado un estruendo parecido al que producía una aguja sobre un vinilo rayado.

Y es que hay quien se sorprende de las migrañas repentinas... y crónicas.




14 de julio de 2010

Puntos de vista


Las dos amigas disfrutaban de una buena conversación ante sendos helados cuando una de ellas dijo mirando a una pareja de ancianos que pasaron ante su mesa en la terraza de la heladería cogidos de la mano:
   - ¡Qué bonito llegar a esa edad y seguir agarrados de la mano! (dijo la amiga Alpha).
A lo que la otra amiga, Beta, respondió mientras se llevaba una cucharada del helado con cuidado de no derramar el chocolate fundido en su vestido:
   - ¡Pero si lo hacen para no caerse!
Acto seguido recibió un merecido toque de atención en forma de manotazo en su brazo. Siguieron con sus helados como si allí no había pasado nada. Alpha pensaba en que esta Beta es tremenda, siempre provocativa y traviesa. Beta pensaba que Alpha siempre de buen talante y generoso corazón no entendía que hubiera personas así, que pusieran al otro en peligro de caer sólo por sentirse seguras. Ambas miraban de tanto en tanto la calle. Parecía que todos los ancianos del mundo habían salido a pasear esa tarde por esa avenida.
Entonces Beta no pudo aguantarse más:
   - ¿Te has fijado en esas dos parejas?
Alpha enseguida contestó:
   - No te puedes meter con ellos porque no van de la mano, a ver qué vas a decir.
   - Que la señora de azul celeste está cometiendo un acto de inconsciencia (dijo terminando de rebañar su tarrina de helado).
Alpha dio un respingo en su silla y dejó la cucharilla en la tarrina.
   - ¿Cómo que está cometiendo un acto de inconsciencia?
   - Vamos a ver, esa mujer tiene ya sus años y...
   - ¡Y bien guapa que va vestida de azul! no me digas que no es un amorcito...
   - Puede vestirse de los colores que quiera y será un amorcito, pero es una inconsciente en toda regla. ¿No ves lo zapatos que lleva?
La mujer llevaba puestos unos zapatos de tacón medio, ni finos ni gruesos, con la puntera cerrada y sin una tira que sujetara el resto a sus pies. Cada vez que caminaba por aquella acera de adoquines resbaladizos y desiguales parecía que iba a tropezar y a dejar los zapatos allí mismo.
Alpha no dijo nada.
   - Todo un acto de inconsciencia ir con esos zapatos... Con lo fácil que es romperse la cadera por nada... Alpha tuvo que asentir con un gesto sutil de desagrado.
Entonces la mujer de la otra pareja, al ver un pequeño socavón en la acera, se agarró de la mano de su marido.
   - Sin comentarios - dijo Beta -, que me pegas otra vez... ¿ves? encima el marido lleva bastón y cojea, así si se rompen la cadera se hacen compañía mientras se recuperan.
Alpha terminó su helado entre divertida y escandalizada y dijo:
   - No, si al final vas a tener razón... esos zapatos...
  - Pues vaya, ahora que yo pensaba que quien tiene razón eres tú, que soy una malvada, me reafirmas en ello. Creo que en este combate dialéctico semipenumbroso ambas hemos salido enriquecidas pues hemos visto el punto de vista contrario.

Alpha terminó su helado. Se levantaron, dejaron las tarrinas en el punto de reciclaje y se fueron a dar un paseo por el resbaladizo empedrado algarveño.

27 de junio de 2010

Gertrudis Van Pulgis





Queridos míos:
Esta cálida noche de verano, a la luz de las estrellas, quiero contaros una historia que nunca encontraréis en los libros de Historia.

Había una vez una Reina llamada Gertrudis Van Pulgis que vivió allá por el siglo del Señor (feudal, en este caso) XIV en un diminuto país, que ya no existe, llamado Escaparate.
Esta Reina era muy versada, amante de los buenos debates, las conversaciones inteligentes, las artes en su máxima libertad (sobre todo la música) y la filosofía. Creadora de Foros, hermosa, inteligente y fuerte. Fue una mujer adelantada a su época, no hay duda.
Gustaba tocar el clavicémbalo y componer bellas tonadas para deleitar a la corte en las noches de festines y hazañas. Mujer pacífica donde las hubo, trataba de reinar en armonía cumpliendo su destino siempre revelado por el Mago Real, que leía en espejos y pozos simétricos (y asimétricos también si estaba muy inspirado) la Gran Época Dorada que ella, ya era una realidad, estaba implantando en aquellas tenebrosas tierras gélidas con aullidos de lobos y guerras donde se arrojaban calderos de agua hirviendo como si fuera la cosa más normal del mundo.
Ensimismada a veces en su mundo y siempre risueña, trataba de hacer felices a todos aquellos que vivían en su Reino y fuera de el. Por supuesto no pensaba en matrimonio y elegantemente había despachado a todos los príncipes y nobles casaderos que suspiraban por firmar aquel contrato para unificar Reinos y Tierras. Al fin y al cabo, Escaparate era tan pequeño que pasaba desapercibido para la gran voracidad materialista de tantos.

Un día llegó un nuevo clavicordio al Castillo, por lo que nuestra Reina organizó una velada cultural para esa misma noche.
Toda la corte estaba ansiosa por degustar las viandas que se ofrecerían, por paladear los mejores vinos y por supuesto, por lucirse con sus mejores ropajes y joyas.
Acudieron puntuales a la Gran Sala de los Acordes, donde Gertrudis concentrada en el instrumento, tocaba una y cada una de las teclas, creando arpegios y sublimes escalas, maravillando al infinito con esas melodías que fundían hasta a los más duros corazones.
No bien hubo terminado, todos, sin excepción, rompieron a aplaudir en una gran ovación, con sus sonrisas anchas y sus entregas hacia el talento de su mentora y protectora.
Gertrudis Van Pulgis se levantó y fijó su mirada en toda la corte. Entonces, hizo una profunda reverencia y salió de la estancia para asombro de todos, que una vez recuperados del raro momento aquel, se entregaron ávidos a los placeres de la mesa.

Si esta historia figurara en la Historia, entenderíamos por qué Gertrudis Van Pulgis al día siguiente modificó la historia de Escaparate y sus gentes (todo es integral).
Pero claro, queridos míos, vosotros, pacientes lectores que habéis llegado hasta aquí en vuestra lectura, merecéis saber qué sucedió, y como agradecimiento a vuestro esfuerzo e interés, os lo relataré sin más dilación:

Sucedió que nuestra Reina simplemente estaba comprobando la afinación del instrumento y calentando sus dedos antes de empezar con la velada musical. Se dio cuenta del por qué del nombre de su diminuto Reino que tan sabiamente le puso su honorable padre.
Al día siguiente reunió a sus ministros y a la Corte de Pelotas (como les llamó sin pudor) y abdicó a favor de su hermana Ulrika Van Pulgis (que se frotaba las feas manos pensando en que por fin se casaría y podría disfrutar de la vida que ahora no tenía, es decir, sexo, sexo, poder, sexo y poder) y sin más, salió de sus dominios al atardecer.

Y como soy una estudiosa de historias olvidadas -o repudiadas, porque hay algunas tan sinceras que se mandan al exilio-, seguí los pasos de nuestra soberana:
Se trasladó a una ciudad (cuyo nombre ya no existe tampoco) y fundó un Foro donde los artistas y filósofos podían convivir de puertas a dentro para impedir que otra Corte de Pelotas viniera a arruinarles la creatividad. En este Foro sólo había una norma: respeto por la obra-pensamiento ajeno y sinceridad.

Y ahora queridos, os dejo por esta noche. He de reunirme con mi foro mental donde convive la filosofía con sus debates y las ganas incontrolables que tengo de escribir un poema.
Hasta otra.

1 de junio de 2010

Lena abre su conciencia




No habrían pasado ni tres cuartos de hora cuando Lena sintió unas ganas incontrolables de salir de casa y hacer pompas de jabón sentada en la suave y fresca hierba del jardín de la casa de su hermana. Abrió un cajón de la cocina y encontró las pajitas de colores que habían sobrado de la fiesta de cumpleaños de su cuñado, así que cogió una, la corto por la mitad con las tijeras y se fue al baño donde encontró un envase medio vacío de gel que llenó de agua. Sacudiéndolo se descalzó y salió al jardín. Hacía calor. Junio llegaba fuerte.
Se sentó cerca del enorme pino para disfrutar de la generosa sombra que daba y sin más se puso a hacer pompas de jabón. Llevaba un buen rato ensimismada en su entretenimiento cuando sin más, apareció ante ella un extraño ser. Lena parecía no percatarse de su presencia hasta que el tosió ligeramente para llamar su atención. Entonces Lena le miró algo extrañada. Ante ella flotaba entre las pompas un caballito de mar con un paraguas. Pero no, se fijó y comprobó que era una especie de gusano con pequeñas patas delanteras con una cara parecida a una oveja y el lomo cubierto de manchas parecidas a las de un leopardo. Flotaba apenas a treinta centímetros de su cara y se cubría del sol con una seta parecida a la Amanita Muscaria. Lena se quedó mirándole extrañada pero no pudo resistir la tentación de hablar con el llena de curiosidad.

Lena: ¡Anda!... y tu, ¿qué eres?
Ser: Soy un gusilántropo.
Lena: ¿Un qué?
Ser: Gusilántropo.
Lena: ¡Ah!... es la primera vez que veo uno.
Ser: Ya. Somos tímidos. ...
Lena: ¿Y qué comes?
Ser: Lechuga.
Lena: Me acabo de dar cuenta de que hablas.
Ser: Será simplemente que te has abierto a verme y escucharme.
Lena: Esto es muy raro... pero por alguna extraña razón no tengo miedo.
Ser: ¿Miedo? Somos pacíficos.
Lena: Mira, de verdad que esto es muy raro... jamás escuché hablar de gusitrompos.
Ser: Gusilántropos.
Lena: Gusi... lántropos.
...

Lena: ¿Y dónde vivís?
Ser: En el éter, en las creencias, en tu conciencia, pero sobre todo vivimos en la sabiduría.
Lena: ¡Ah!
...

Lena: ¿Te molestan las pompas de jabón que hago?
Ser: ¡Que va! ¡Me encantan!
Lena: Pues menos mal porque no se por qué me ha dado por hacerlas. Desde que era chica no había vuelto a hacerlas a excepción de algunas veces cuando tomo un baño y tengo algo de tiempo para hacerlas con las manos.
...

Lena: Oye, no veas si me repito, ¿eh?... "Hacerlas"... lo he dicho como mil veces (risas)
Ser: No, sólo lo has dicho tres veces, lo que pasa que sientes que el tiempo se ha parado, tu voz retumba, el cuerpo te pesa y eso hace que te des cuenta de las cosas en que normalmente no te fijas.
Lena: ¡Ah!
....

Lena: Bueno, me parece muy raro esto de estar hablando contigo, no te ofendas, pero no se por qué me parece hasta normal hacerlo... creo que mejor me voy.

Se puso lentamente de pie, se sacudió el vestido y empezó a caminar hacia la casa cuando el extraño ser dijo:

Ser: Lena, menuda se va a poner tu hermana cuando vea que te has comido las setas que tenía guardadas con ese arroz insípido que te has hecho.


(Ilustración de Marla Rutherford)

(Para saber qué setas pudo comer Lena, basta leer a María Sabina)

(Texto inspirado por la ilustración de la autora)

1 de mayo de 2010

Cita



Ana le miró a los ojos sin intentar disimular el cansancio que sentía. No ya físico, que lo tenía, era más bien moral.
Le clavó la mirada y dijo:
   - Menos mal que te vas ya, menuda paliza me has dado todo el fin de semana. Qué ganas tengo de que te subas a ese tren.
Gerardo no daba crédito a lo que escuchaba. ¿Cómo era posible que estuviera manifestando aquello? balbuceó a la vez que palidecía un poco y tras carraspear, un tic continuo que arrastraba desde hacía ni se sabía la de años, dijo asombrado:
   - ¿Por qué? ¿No te lo has pasado bien?
Ana sintió ganas de clavarle con toda la mala leche del mundo el tacón en el dedo gordo del pie, pero se contuvo.
   - No me has dejado ni respirar. No has parado de llevarme de aquí para allá sin preguntarme si me apetecía. Me has dejado aburrida en una silla rodeada de harpías que me miraban con rapiña para ver qué tiene la nueva adquisición del "divorciado de oro que no tenga yo " mientras no parabas de bailar a tu aire por todas las salas de milongas de Madrid, porque claro, como yo no se bailar tango... Por si no fuera poco, he tenido que darme el madrugón para quedarme al borde de la congelación, de nuevo en una silla, a las 8 de la mañana que es cuando empieza otra milonga... ¡Pero por dios!, ¿para que paran las milongas cuatro horas, digo yo?.
Me has llevado a comer y has intentado pedir por mí como si yo no supiera elegir o no supiera y te ha sentado mal, porque según tú, es de mala educación meterte ese corte delante de la camarera.
En todas partes no has parado de corregirme, contradecirme, enfadarte y tratarme como si fueras el ser superior que toda mujer quiere, no aceptando que sea como soy. Por si fuera poco he tenido que esperar en el coche, a pleno sol, a que subieras a por tu maleta a la casa de tus padres cerca de veinte minutos, tras los cuales has bajado con tu madre y la bolsa de la basura, para que no se note, y me las has presentado. Ella me ha mirado en detalle y te ha dado un codazo mal disimulado. No se si te ha dado el visto bueno o no, pero ya no tenemos edad para tanta bobada. Es evidente que yo no soy quien imaginaste que sería. Yo no te gusto nada porque no entro en tu concepto. Pues bien: soy como has visto, no como tu quieres que sea.
Gerardo no salía de su asombro y tras carraspear como una chatarra, tal vez una protesta solapada ante la osadía, se pronunció:
   - ¿Pero qué dices?
  - Tu ex mujer es rubia. Todas tus ex son rubias. Todas ellas, aunque debía decir "ella" pues es siempre la misma, tiene un "modus vivendi" que nos es el mío. Mírame: soy morena, no estoy siliconada ni operada nada más que de apéndice, me gusta trabajar y me divierto en mi trabajo. Me conociste en la presentación de una novela, no en un acto de beneficencia para burgueses aburridos ni he aprendido bailes de salón para cazar y resolverme la vida. Nos presentó tu hermana, esa a la que no dejas ni respirar como si tu fueras su padre, compañera de trabajo y amiga mía. Tu hermana, la "pobre tiro al aire" de la que "no consigues hacer carrera".
Menos mal que te vas a subir a ese tren, te vas a volver a la ciudad donde vives y yo me voy a mi casa a descansar... vaya pelma eres y qué brasa me has metido.
Lo dijo con toda la naturalidad del mundo, con una sonrisa encantadora y un suspiro de alivio. Parecía que se iba a quedar callada pero no:
   - Y lo que no te perdono es que me llames "materialista" porque saliendo del parking, ante tus gritos de "dobla dobla" y hacerte cargo del volante como un poseso, te has comido una papelera que me ha dejado gran parte del lateral totalmente arañado para a continuación decir "pues vaya, ibas bien... y no te pongas así, no seas materialista que eso te lo arregla el seguro, que hay que ser más espiritual y no dar importancia a las cosas materiales". Menos mal que te vas...
Le palmeó con ironía el hombro, se giró sobre sí misma y se fue, sin volver la cabeza pero levantando la mano y diciendo adiós con ella. Sabía que el estaba mirando.

Cuando llegó a su casa se quitó la ropa a toda prisa, la metió en la lavadora y se dijo que se la regalaría a una amiga. ¡Y pensar que se la había comprado para lucir imponente en la cita! Se empezó a reír y se metió en la ducha frotándose bien todo el cuerpo y la cabeza para quitarse esa sensación de tener un pegajoso alquitrán adherido.
Entonó un canto de gratitud mientras el agua templada limpiaba el rastro de aquella bendita cita que arrancó sin piedad el velo de sus ojos.

16 de abril de 2010

Número 22



Llovía y tenía que hacer tiempo, así que entró en el "Corte inglés".
Aprovechó para comprar música y la novela que Loui le había recomendado. Miró el reloj y subió a la sección de perfumería.

Marla vestía un cómodo pantalón gris de estos que se llevan ahora, anchos por arriba y estrechos de rodilla para abajo, elegantemente abotonado en el tobillo, un jersey de algodón negro de cuello vuelto, una chaqueta de punto de cuello alto con cremallera y calzaba unas deportivas de marca con cámara de aire. Llevaba un bolso deportivo, de marca también, a modo de bandolera.
Su pelo estaba algo encrespado por la lluvia, pero los rizos y el volumen daban un aire bohemio y divertido a su pelo negro azabache. Ese día se había pintado los labios de rojo (pero siempre se rebajaba la pintura con un algodón para dejar apenas un ligero color en los labios), los ojos difuminados en gris, con ese look tan "smoky" que tan bien le sientan a las miradas soñadoras y profundas como la de ella, y las uñas de color negro. Para remate, se había puesto un precioso anillo dorado viejo, ancho y llamativo regalo de su amiga Patricia.
Se podría decir que tenía un aire de blancanieves algo gótica (por la palidez de su piel, el pelo negro y su corte, los labios rojos, las uñas y el anillo)
¿Y por qué la autora de este relato da tanta explicación sobre su aspecto y llama la atención especialmente a que llevaba calzado y complemento "de marca"?
Para que tengamos claro su imagen antes de caer en errores, como ya veréis.

Se plantó delante del expositor de Chanel y como siempre, bajo una potente luz, brillaban Chanel número 5 (el que se ponía Marilyn para ir a dormir) y Chanel número 19.
Enseguida llegó la dependienta, que miró a Marla de arriba a abajo sin tomarse la molestia de caer en la cuenta de las marcas (lo mismo pensó que era de mercadillo), y rápidamente se fijó en sus uñas negras y en su pelo encrespado. Con tono de disgustó preguntó:
- ¿Quiere usted algo?
Como Marla ya se las había visto muchas veces con dependientas clasistas, dijo sin inmutarse:
- Pues si, quiero oler, por favor, Chanel número 22.
La dependienta en tono catedrática contestó en un tono bastante ofensivo pues era evidente que llamaba "inculta, profana, analfabeta de los buenos perfumes" a la deportiva mujer que tenía delante:
- ¡Vamos a ver! Ese perfume no existe. Sólo existe Chanel número 5 y Chanel número 19.
Marla sonrió de manera enigmática y pensó que no se puede ir vestida de cualquier manera a ciertos lugares de tan "exclusivo" comercio. Una cosa es comprar una novela y otra muy distinta atreverse a poner los pies y la anatomía en los lugares que "El corte inglés" alquila a ciertas marcas por metro cuadrado.
Con un tono neutro dijo:
- ¿No existe? - dejó unos puntos suspensivos sacudiendo levemente la cabeza y sonriendo a la vez, añadió:- ¿Y cómo es posible que yo haya tenido el envase en mis manos y haya olido la fragancia, que por cierto, es delicada y exquisita, en Estados Unidos? Sólo quiero saber si en España es la misma fragancia.

La dependienta volvió a mirarla de arriba a bajo, se fijó de nuevo en las uñas y volviendo la cabeza a su compañera, dijo, en un tono de "nos vamos a reir de la inculta esta que viene a Chanel a pedir un perfume inventándose números para ser más que nadie":
- Rosío, ¿tu sabes si Chanel 22 se comercializa en España?
Rocío sin inmutarse, miró a Marla y dijo:
- Chanel 22 sólo se comercializa en Estados Unidos, es un perfume muy exclusivo que sólo se vende en boutiques Chanel.
- Lo supuse, ya que en España no lo encuentro. Muchas gracias.

La dependienta se volvió empequeñecida y se encontró con una sonrisa idéntica a la del gato naranja y rayado de "Alicia en el país de las maravillas".
Marla se acercó levemente a la dependienta y dijo bajito:
- Te dejaría que me olieras, pero creo que te vas a quedar con las ganas de oler el perfume más exquisito del mundo. Gracias, hasta luego.

Se fue, airosa, recordando a Julia Roberts en "Pretty woman" y sintiéndose más radiante que ella cuando se fundió la visa de él. Y es que nada complacía más a Marla que dejar con un palmo de narices a algunas dependientas impertinentes y clasistas.