25 de julio de 2012

La Villa, Ayamonte





Casas blancas encaladas en primavera
lucen banderolas de colada en sus azoteas.
Siempre presente el cielo despejado,
cual cúpula inmensa y perenne,
protege y desprotege la vida en la frontera.

El viento mece cabellos sueltos
escapados de los altos moños
de muchachas adormiladas
que en pijama arrastran a sus hijos
de la mano a la escuela.
Se saludan cantarinas mientras
pisan charcos de relente,
y arrebujadas en la bata,
regresan a sus casas parando antes
en la panadería donde compran
un sabroso pan portugués.

Escapa un murmullo de misterio
bajo las adoquinadas calles estrechas
donde dicen emerge bajo el pozo,
calle Galdames arriba,
un pasadizo que lleva bajo el río
a Castro Marim majestuoso,
el mismo que pintara Sorolla de fondo
cuando pescaban atunes en abundancia.

Olores de puchero, Don Diego y azahar
acompañan al solitario caminante
que no encuentra más placer en estas calles
que admirar patios llenos de geranios,
atelier de pintores y leyendas de brujas
que escapan con orgullo y aviso,
de las alzadas voces ayamontinas.

La Villa, vericuetos de subidas,
gente que saluda y sonríe
allá arriba del cabezo,
donde el viento húmedo
divisa la desembocadura del río,
mirando alegre el algarve portugués,
sin entender de contrabando ni rencillas.

(Publicado en “Poetas andaluces de ahora” el 13 de septiembre de 2011)

(Pintura del pintor ayamontino Caste, el pozo de la Villa)

13 de julio de 2012

Postales desde la orilla 2



Querida Paty,
Llegué a la playa y al pasar para aparcar, vi a un hombre desnudo tras su coche, a plena visibilidad, cambiándose  con el maletero abierto y más contento que qué.
No me quedé mirando pero sabes cómo son estas cosas, que no miras pero el tiempo pasa a cámara lenta y se graba en la retina.
Llego, coloco la toalla, saco mi libro, el mp4 y miro a mi derecha y a unos cinco metros veo al “adonis” con la mirada fija en mi. Yo como si nada, por supuesto. Y así hemos estado toda la mañana.
Se iba a pasear por la orilla,  en dirección al espigón que está ahí mismo, en vez de caminar hacia la infinitud de la playa con sus kilómetros… Nada, obcecado en mirarme.
Que se ponía a hablar por teléfono: delante de mí mirándome de tanto en tanto. Se mete en el agua, y claro, no mira al horizonte con sus gaviotas, no, me mira a mí.
Y como la Ley de Murphy no falla, cuando he hecho el amago de empezar a recoger, él ya estaba recogiendo con sus niñas (tres niñas idénticas de destinas edades, no trillizas, por si las dudas) y mirándome.
Te confesaré que me he quedado con las ganas de decirle que bajo su sombrero de playa no veo una cara, veo un…
Pues eso…


Querido L,
 El famoso cromosoma X vuelve a estar presente un verano más en mi vida.
Ya sabes que yo no lo tengo y eso me hace diferente al resto de féminas.
Bueno, eso creíamos durante todo este tiempo… Porque la verdad es que parece ser que lo tengo, pero dormido.
Con el calor insoportable me dirigí al océano.
¿Conoces la famosa frase “el agua cortaba como cuchillo”? Pues se quedaba corta, te lo aseguro.
Y tú que me conoces, sabes que ante todo, dignidad, que no grito ni salto ni me giro tratando de evitar la ola, que la aprovecho, que me lanzo a ella de cabeza y así se pasa el trago y se evita hacer el ridículo ese, cosa, seguramente, generada por el cromosoma X.
El caso que hoy he dado tres saltitos leves, me he girado dos veces, he metido tanto el abdomen que parecía desnutrida y al final, menos gritar, he salido disparada hacia la orilla donde he llegado a la conclusión de que efectivamente, tengo ese cromosoma despertando.


Querida Cati,
No llevamos más que unos pocos días de verano y ya han pasado cosas truculentas en la playa.
A la hora de la pleamar se ha levantado levante y ha salido, todo un clásico en las arenas, una sombrilla dando volteretas con la velocidad que es característica en estos endiablados objetos  de apariencia benévola.
¡Como no!, todos mirando y echando la risita de lado por el pobre tipo que ansiaba con tumbarse y no hacer más ná y se ha visto en una carrera alocada con la arena ardiendo.
La sombrilla amenazaba con estamparse contra un alemán que se dejaba la piel en la solana y al grito de “cuidado”, la sombrilla, misteriosamente, ha dado un giro regateando al alemán que no se ha enterado de nada.
Unos solidarios han interceptado al peligroso objeto y cuando el  propietario estaba llegando y aminorando la velocidad de su carrera, se dobla un tobillo  y cae de bruces en la arena.
Si, lo confieso, me ha dado un ataque de risa, ya sabes cómo soy para estas cosas.
Le ayudan a levantarse, comenta con gestos grandilocuentes, sabiéndose observado por todos, que no se ha hecho nada, se sacude el polverío y tras agradecer efusivamente a los solidarios, se da la vuelta con la sombrilla y se va  su toalla donde, como no, espera en jarras su señora, que, como buen clásico, no falta.
Deja la sombrilla en el suelo y decide darse un baño para quitarse el polvo.
Se adentra sabiéndose observado por mil ojos. Se zambulle y sale con el bañador por las rodillas. Rápidamente se lo coloca. Aquí no ha pasado nada.
Se dispone a salir cuando de nuevo se tuerce un tobillo y se cae en la misma orilla arañándose con unas conchitas.
¡Yo desde luego, mañana le busco!


Querido Jesús,
No hay día que no te recuerde.
Y el día es muy largo, tedioso y demasiado azulado.
Es decir, te recuerdo mucho.
Es más: tu recuerdo se pasea por mi mente varias veces al día.
Y aquí, el horizonte es demasiado infinito y las olas son demasiado espumosas.
Nada más... Sólo eso... No es mucho, lo sé, pero es todo.


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