11 de mayo de 2011

Mujer Hormiga







Soy una hormiguita
solitaria,
creativa
y constructora.
Escribo,
ordeno mi vida,
cocino,
me divierto,
leo,
suspiro,
sueño,
me apasiono
y me duermo.

(Imagen: Juchiteco)

7 de mayo de 2011

Te parecerá raro


Te parecerá raro amor,
pero en cada beso
has dejado una estrella
en mi cuerpo vespertino,
que sólo ansiaba
beber de tus labios
ese néctar que me entregas,
cuando duermen en mis brazos,
los poemas que brotan de tu alma
enamorada, de lunas llenas y resacas.

-Verónica Calvo-


(Pintura de Francine Von Hove)

- Publicado en “Poetas andalucesde ahora”-

1 de mayo de 2011

Feligresas





La primera vez que le vi fue en un funeral.
Un tipo corriente, nada llamativo, por eso tenía encanto. La mirada algo baja, como desprotegido y algo melancólico, peinado con la raya al lado recordando a los niños buenos del colegio que siempre olían a jabón y que no jugaban a saltar en los charcos de barro por no mancharse y que sólo las niñas más sensibles sabían conmoverse con la delicadeza frágil que emanaban de sus piernas amoratadas de frío por el pantalón corto. Estatura media, complexión normal edad en la treintena media. Ya digo, un tipo corriente.
A mi, que jamás me han interesado los tipos corrientes, y aunque los niños de raya al lado del colegio me provocaban un poco de tristeza, por solidaridad, pues yo también era bicho raro aunque saltaba como nadie en los charcos de barro, me daba un poco de cosa acercarme a ellos. Más que nada por temor a contagiarme de demasiada melancolía y acabar con una depresión pre adolescencia que ya intuía eran peligrosas (y eso que aún no estaba escrito "Las vírgenes suicidas" de Jeffrey Eugenides).
El caso que ahí estaba yo, en un funeral aguantando el calor primaveral en una blanca iglesia de pueblo escuchando al tipo normal que oficiaba la misa.
Logró captar mi atención. Caray con el cura, ya tiene que haber dicho algo que me toque para que me interese lo que dice, pensé mientras sentía la manga larga pegada a mi brazo. Me debería haber puesto manga corta. Pero a pesar del agobio, el cura me atrapó en su oratoria.
El mismo se decía pecador, que tenía pensamientos impuros, que le costaba contener la ira, que su vida estaba llena de pequeñas y grandes faltas. Luego miró a la familia y dijo que ningún difunto necesita una misa, porque Dios perdona y lo único que quiere es que demos amor y más amor, pero que el Vaticano les hacía dar las misas para que Dios perdonara al difunto por sus pecados y clavando la mirada en la viuda, añadió tu tranquila, está perdonado y en paz. Esto sobra.
¡Este cura es un revolucionario!, pensé. Como siga así y se descubra le van a llevar a una aldea perdida en un monte para que de misa a cuatro ancianos sordos.
Todo lo que decía me tenía exaltada. Y cantaba... cómo cantaba.
Ganas me daban de aplaudirle al final de la misa.

Meses después noté que al grupo de rehabilitación empezaban a faltar mujeres los jueves.
Aquello se dilataba en el tiempo, así que pregunté y me dijeron que estaban en la piscina.
¿En la piscina? ¿y cómo es eso, si la mayoría no quiere ir a nadar?, pregunté. Es que los jueves va el Padre José y le queremos ver en bañador.
Aquello me pareció  muy divertido. Señoras achacosas que dicen no poder con su alma, que todo es un esfuerzo, que a sus años no tienen ya fuerzas para nada, que eso de nadar es imposible y ahora parecían adolescentes hormonadas.
Y bien las iba la piscina porque el viernes estaban relajadas y felices. Y así empezaron a contarme cómo era el bañador apretadito del Padre, cómo era la tableta de chocolate del Padre y cómo nadaba de estiloso el Padre.

Pasaron más meses y una mañana en la sala de rehabilitación de aparatos se formó un tremendo vocerío. Ya sabía que el Padre José había decidido dejar de nadar, así que no sabía bien a qué se debía este revuelo mayor que el organizado cuando supieron que se iba al pueblo de al lado para poder nadar en paz. Simplemente le habían cambiado de iglesia.
La diócesis al ver el revuelo de feligresas congregadas en la misma iglesia había tenido que tomar cartas en el asunto ya que los otros Padres se quejaban de tener la iglesia casi vacía mientras que la del Padre José estaba a reventar. Y era cierto, había mujeres hasta en la calle que formaban un guirigay tremendo porque querían entrar a recibir la palabra del Señor en boca del Padre José.
No hubo manera de hacer entrar a las feligresas en razón, así que optaron por que cada día cada Padre oficiara misa en una iglesia diferente y en distintos horarios.
Se les informaba con antelación y en secreto.

Pero no hay nada más insistente que una mujer que lo tiene claro y dispone, además, de tecnología.
Se organizaron muy bien. Cubrían zonas y se llamaban por el móvil: veniros a Nuestra Señora del Carmen, que está aquí.
Nunca se había visto por las calles del pueblo a tanta feligresa engalanada corriendo por las calles.
Al final tuvieron que optar por dejar a cada Padre en su iglesia y resignarse confiando en que la fiebre pasara.

Han pasado dos años.
El Padre José ha cambiado. Sigue siendo un tipo corriente que se peina como siempre, canta y oficia los ritos. Pero ha cambiado. Su mirada es alta y desafiante, tiene un rictus tenso en la comisura de los labios y ahora condena y condena, alaba y alaba las creencias obsoletas instalando a quien le escucha en plena Edad Media. Canta poco y se enfada mucho.
Y lo aseguro, pues en estos dos años he asistido a dos funerales más y he presenciado la metamorfosis.
No... no ha sido por el gallinero alborotado. Como sospeché en su momento, su libertad de mente en estos tiempos no ha sentado bien y ha pasado por el aro pese a agriarse el carácter.
Y no le irá mal en su carrera porque desde que dobló las rodillas le han dado mucho poder y el obispo le tiene muy en cuenta para todo y hasta delega misas y eventos sólo en él.
A partir de ahora si he asistir a un funeral oficiado por él, llegaré más tarde que de costumbre porque da misa a la vieja usanza: larga, aburrida, llena de miedos y condenas y cualquier día hablará en latín.
Las feligresas están calmadas y como ellas mismas dicen, quién quiere escucharle...