1 de mayo de 2010

Cita



Ana le miró a los ojos sin intentar disimular el cansancio que sentía. No ya físico, que lo tenía, era más bien moral.
Le clavó la mirada y dijo:
   - Menos mal que te vas ya, menuda paliza me has dado todo el fin de semana. Qué ganas tengo de que te subas a ese tren.
Gerardo no daba crédito a lo que escuchaba. ¿Cómo era posible que estuviera manifestando aquello? balbuceó a la vez que palidecía un poco y tras carraspear, un tic continuo que arrastraba desde hacía ni se sabía la de años, dijo asombrado:
   - ¿Por qué? ¿No te lo has pasado bien?
Ana sintió ganas de clavarle con toda la mala leche del mundo el tacón en el dedo gordo del pie, pero se contuvo.
   - No me has dejado ni respirar. No has parado de llevarme de aquí para allá sin preguntarme si me apetecía. Me has dejado aburrida en una silla rodeada de harpías que me miraban con rapiña para ver qué tiene la nueva adquisición del "divorciado de oro que no tenga yo " mientras no parabas de bailar a tu aire por todas las salas de milongas de Madrid, porque claro, como yo no se bailar tango... Por si no fuera poco, he tenido que darme el madrugón para quedarme al borde de la congelación, de nuevo en una silla, a las 8 de la mañana que es cuando empieza otra milonga... ¡Pero por dios!, ¿para que paran las milongas cuatro horas, digo yo?.
Me has llevado a comer y has intentado pedir por mí como si yo no supiera elegir o no supiera y te ha sentado mal, porque según tú, es de mala educación meterte ese corte delante de la camarera.
En todas partes no has parado de corregirme, contradecirme, enfadarte y tratarme como si fueras el ser superior que toda mujer quiere, no aceptando que sea como soy. Por si fuera poco he tenido que esperar en el coche, a pleno sol, a que subieras a por tu maleta a la casa de tus padres cerca de veinte minutos, tras los cuales has bajado con tu madre y la bolsa de la basura, para que no se note, y me las has presentado. Ella me ha mirado en detalle y te ha dado un codazo mal disimulado. No se si te ha dado el visto bueno o no, pero ya no tenemos edad para tanta bobada. Es evidente que yo no soy quien imaginaste que sería. Yo no te gusto nada porque no entro en tu concepto. Pues bien: soy como has visto, no como tu quieres que sea.
Gerardo no salía de su asombro y tras carraspear como una chatarra, tal vez una protesta solapada ante la osadía, se pronunció:
   - ¿Pero qué dices?
  - Tu ex mujer es rubia. Todas tus ex son rubias. Todas ellas, aunque debía decir "ella" pues es siempre la misma, tiene un "modus vivendi" que nos es el mío. Mírame: soy morena, no estoy siliconada ni operada nada más que de apéndice, me gusta trabajar y me divierto en mi trabajo. Me conociste en la presentación de una novela, no en un acto de beneficencia para burgueses aburridos ni he aprendido bailes de salón para cazar y resolverme la vida. Nos presentó tu hermana, esa a la que no dejas ni respirar como si tu fueras su padre, compañera de trabajo y amiga mía. Tu hermana, la "pobre tiro al aire" de la que "no consigues hacer carrera".
Menos mal que te vas a subir a ese tren, te vas a volver a la ciudad donde vives y yo me voy a mi casa a descansar... vaya pelma eres y qué brasa me has metido.
Lo dijo con toda la naturalidad del mundo, con una sonrisa encantadora y un suspiro de alivio. Parecía que se iba a quedar callada pero no:
   - Y lo que no te perdono es que me llames "materialista" porque saliendo del parking, ante tus gritos de "dobla dobla" y hacerte cargo del volante como un poseso, te has comido una papelera que me ha dejado gran parte del lateral totalmente arañado para a continuación decir "pues vaya, ibas bien... y no te pongas así, no seas materialista que eso te lo arregla el seguro, que hay que ser más espiritual y no dar importancia a las cosas materiales". Menos mal que te vas...
Le palmeó con ironía el hombro, se giró sobre sí misma y se fue, sin volver la cabeza pero levantando la mano y diciendo adiós con ella. Sabía que el estaba mirando.

Cuando llegó a su casa se quitó la ropa a toda prisa, la metió en la lavadora y se dijo que se la regalaría a una amiga. ¡Y pensar que se la había comprado para lucir imponente en la cita! Se empezó a reír y se metió en la ducha frotándose bien todo el cuerpo y la cabeza para quitarse esa sensación de tener un pegajoso alquitrán adherido.
Entonó un canto de gratitud mientras el agua templada limpiaba el rastro de aquella bendita cita que arrancó sin piedad el velo de sus ojos.